Como cuando eres niña y te sientas en la entrada de tu casa a esperar que llegue ese príncipe que tanto hablan las películas de Disney, la esperanza se ancla en ti como esa arena en el mar que es inamovible; sigues dando tiempo a quien abrace tus tristezas y aplauda tus emociones inusuales; elocuentes para ti e insensatas para otros, quien no espere a tus estímulos para dibujar una sonrisa que selle la existencia de ese momento en tu memoria. Irritas a tu corazón, porque aun no logras gratificarte con un amor que llene las exigencias solicitadas de forma estólida por tu persona, sin examinar lo que realmente eres, o si tus pretensiones las proporcionarás a la misma medida de tus deseos.
Esperando incansablemente quién llene tus días con canciones que describan su historia, quien se levente una mañana y te observa dejándote saber que eres la mujer perfecta para compartir este momento llamado vida; el que te aflore la tentación de romper las leyes de la razón para solo vivir las del corazón, el que encuentre las palabras exactas para cambiar lo difícil por lo cálido de la satisfacción; ese que haga interesante hablar de arquitectura una tarde, de astronomía en las noches, facturas en las mañanas y de ustedes toda una vida…
… toda una vida en la que concentren emociones como las de el primer te quiero, tropiecen con sus alma en cada caricia, peleen con sus defectos en cada aniversario, jueguen con su imaginación; se anclen en la promesa de renovar ese amor que aunque nadie lo pueda ver, sus miradas lo puedan trasmitir, que no se apaga que se engrandece y solidifica, que vuela, que esta en lo alto como la luna y las estrellas, que a pesar de los obstáculos encontrarán en sus pisadas, la vía correcta.
“Ese alguien con quien recorras los caminos y logres llegar al final del comienzo de una historia que no encuentre jamás terminar”.
Autor: Daviana Alvarado
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